Las redes sociales —Facebook, Twitter, My Space, entre muchas otras— son una de las novedades más claras de este joven siglo XXI. Diversos expertos —economistas, comunicólogos, psicólogos, antropólogos— comienzan a revelarnos cómo las redes sociales se ocupan de la necesidad personal de expresar sentimientos, vivencias, pensamientos; de saberse escuchado, y de encontrar respuestas a las ideas y emociones propias. Lo más importante es que todo parece indicar que las redes sociales convocan a la interrelación a la vez que propician el distanciamiento: potencian la posibilidad de comunicación entre las personas, aún las que no están en el mismo lugar, y, al mismo tiempo, facilitan el alejamiento de muchas otras personas que están a nuestro alrededor. A lo mejor, la fórmula más deseable sería aquella que haga que esas tecnologías nos acerquen a quienes tenemos lejos, o a quienes no podemos decir en persona todo lo que deseamos, al tiempo que seguimos juntos de quienes tenemos más cerca.
Todo ello me trajo una suerte de analogía con el café. Esa estimulante bebida que históricamente ha sido representada en torno a la reunión, la convivencia, el encuentro. El café como punto para reunir a la gente y facilitar la comunicación efectiva y cercana, siempre emparentada con la delicia y la recreación de los sentidos: el café que trae las sensaciones que dejan no sólo su sabor, sino también su color, su aroma y aun el sonido que se escapa al derramarse sobre la taza o, por qué no, al sorber. ¿Cuántas vivencias, cuántas emociones personales están vinculadas al café? ¿Cuántos recuerdos nos llegan al mirar, al oler o al probar una taza de café?
El café, a través de su descubrimiento en Etiopía, su desarrollo en los países árabes, su llegada a Europa y su paso por el mundo, ha logrado colocarse como una bebida emblemática para entablar una conversación. Alrededor de una buena taza de café, se pueden tratar conflictos, emprender relaciones personales, contraer compromisos, tomar decisiones o pasar el tiempo con alguien. ¿Cuántos romances no han iniciado o terminado tras una taza de café?
Tanta ha sido su fuerza de reunión que en el Egipto del siglo XVI se prohibieron los establecimientos con venta de café, porque eran lugares donde se hacían críticas al gobierno y se temía que se planearan conspiraciones. Por estas mismas causas, años más tarde, en Europa también se les limitaron, porque favorecían el intercambio intelectual y se acrecentaba el espíritu crítico. Desde luego que tales medidas censoras tuvieron que ser pronto revocadas por la gran aceptación que hubo de la bebida en el mundo, hasta imponerse como moda, objeto de estatus social y símbolo de germen de inspiración de artistas, filósofos e intelectuales. La fuente de toda esa inspiración era una infusión que se obtiene de los pequeños granos tostados y molidos de la planta del cafeto, que ha dejado huella y ha permanecido por siglos como una de las bebidas más consumidas a nivel mundial con una gran versatilidad en su preparación y hábitos de consumo.
Hay quienes por las mañanas beben café para despertar y poder iniciar el día laboral; hay los que lo prueban por las tardes, para cerrar una buena comida y hacer una sobremesa; los que lo toman por las noches, para acompañar la plática familiar y cerrar el día, o están los que acometen a toda hora para mantenerse activos y hacer llevadero el desvelo. En países como Dinamarca o Suecia, se consumen grandes cantidades de café con mayor tiempo de preparación, a diferencia de algunos países europeos, como Francia e Italia, que optan por un exprés potente y de pronta elaboración. En Estados Unidos —el mayor consumidor—, se consigue café en todos lados, a todas horas y en todas las versiones. Y en México, encontramos el café de olla, con un largo tiempo de infusión —aromatizado con canela y endulzado con piloncillo—, los cafés lecheros, café de chinos, para empezar el día, el café tipo americano, para cerrar una comida, o hasta los grandes cafés gourmets de tiendas especializadas para deleitarse con refinamiento y amplitud.
Sea cual sea la forma de consumirlo —frío, caliente, frappé, con sabores adosados, negro, latte, capuccino— el café ha sido una red social a través del tiempo, en tanto que nos acerca a las personas, alegra las mañanas, invita a la conversación, conforta nuestra penas, consiente en nuestros dolores, entretiene nuestras vidas, inspira nuestras almas; siempre, trayendo un disfrute completo para todos nuestros sentidos. Si las redes sociales parecen ser a veces compañeras de nuestra soledad, el café también ha sido buen compañero de la reflexión íntima que se hace a solas, del libro que se lee en silencio, del momento de retiro.
Así como las redes sociales aparecen como la novedad que ha llegado para favorecer la compañía y la intimación, aquí sigue el viejo café, sitio, ocasión y compañero de algunos de nuestros mejores pensamientos y emociones.
María Rebeca Huerta
Chef Sommelier
Todo ello me trajo una suerte de analogía con el café. Esa estimulante bebida que históricamente ha sido representada en torno a la reunión, la convivencia, el encuentro. El café como punto para reunir a la gente y facilitar la comunicación efectiva y cercana, siempre emparentada con la delicia y la recreación de los sentidos: el café que trae las sensaciones que dejan no sólo su sabor, sino también su color, su aroma y aun el sonido que se escapa al derramarse sobre la taza o, por qué no, al sorber. ¿Cuántas vivencias, cuántas emociones personales están vinculadas al café? ¿Cuántos recuerdos nos llegan al mirar, al oler o al probar una taza de café?
El café, a través de su descubrimiento en Etiopía, su desarrollo en los países árabes, su llegada a Europa y su paso por el mundo, ha logrado colocarse como una bebida emblemática para entablar una conversación. Alrededor de una buena taza de café, se pueden tratar conflictos, emprender relaciones personales, contraer compromisos, tomar decisiones o pasar el tiempo con alguien. ¿Cuántos romances no han iniciado o terminado tras una taza de café?
Tanta ha sido su fuerza de reunión que en el Egipto del siglo XVI se prohibieron los establecimientos con venta de café, porque eran lugares donde se hacían críticas al gobierno y se temía que se planearan conspiraciones. Por estas mismas causas, años más tarde, en Europa también se les limitaron, porque favorecían el intercambio intelectual y se acrecentaba el espíritu crítico. Desde luego que tales medidas censoras tuvieron que ser pronto revocadas por la gran aceptación que hubo de la bebida en el mundo, hasta imponerse como moda, objeto de estatus social y símbolo de germen de inspiración de artistas, filósofos e intelectuales. La fuente de toda esa inspiración era una infusión que se obtiene de los pequeños granos tostados y molidos de la planta del cafeto, que ha dejado huella y ha permanecido por siglos como una de las bebidas más consumidas a nivel mundial con una gran versatilidad en su preparación y hábitos de consumo.
Hay quienes por las mañanas beben café para despertar y poder iniciar el día laboral; hay los que lo prueban por las tardes, para cerrar una buena comida y hacer una sobremesa; los que lo toman por las noches, para acompañar la plática familiar y cerrar el día, o están los que acometen a toda hora para mantenerse activos y hacer llevadero el desvelo. En países como Dinamarca o Suecia, se consumen grandes cantidades de café con mayor tiempo de preparación, a diferencia de algunos países europeos, como Francia e Italia, que optan por un exprés potente y de pronta elaboración. En Estados Unidos —el mayor consumidor—, se consigue café en todos lados, a todas horas y en todas las versiones. Y en México, encontramos el café de olla, con un largo tiempo de infusión —aromatizado con canela y endulzado con piloncillo—, los cafés lecheros, café de chinos, para empezar el día, el café tipo americano, para cerrar una comida, o hasta los grandes cafés gourmets de tiendas especializadas para deleitarse con refinamiento y amplitud.
Sea cual sea la forma de consumirlo —frío, caliente, frappé, con sabores adosados, negro, latte, capuccino— el café ha sido una red social a través del tiempo, en tanto que nos acerca a las personas, alegra las mañanas, invita a la conversación, conforta nuestra penas, consiente en nuestros dolores, entretiene nuestras vidas, inspira nuestras almas; siempre, trayendo un disfrute completo para todos nuestros sentidos. Si las redes sociales parecen ser a veces compañeras de nuestra soledad, el café también ha sido buen compañero de la reflexión íntima que se hace a solas, del libro que se lee en silencio, del momento de retiro.
Así como las redes sociales aparecen como la novedad que ha llegado para favorecer la compañía y la intimación, aquí sigue el viejo café, sitio, ocasión y compañero de algunos de nuestros mejores pensamientos y emociones.
María Rebeca Huerta
Chef Sommelier
ResponderEliminarLas redes sociales han cambiando la forma en la que el mundo se relaciona, uno de los mejores
inventos estos últimos años por lo lo mejor que puedes hacer es crearte una Cuenta instagram.